jueves, 12 de marzo de 2009

Pronunciando un Siglo

“Las estirpes condenadas a cien años de soledad no tienen una segunda oportunidad sobre la tierra”1 por lo tanto, sin mas prolongaciones, tienen finales respectivos; se diluyen entre las paginas de un libro, se vuelven recuerdos de un sucesor, se hunden a lo largo de un plazo delegado a la ceguera múltiple, o simplemente se mezclan con la polvareda del olvido, una que la muerte inicia después del proceso de vida. Macondo se presta para desarrollar la pasional fiesta de sociedad; es el ambiente de transición, el cual, nace con espacios insignificantes que pasan a ser carnavales de reinos inventados para presenciar la inestabilidad de una vida. El auge de Macondo se definiría en los tiempos de guerra, he ahí donde la irrealidad se hace presente en cada palabra, ya que saliendo del mundo de las letras, cualquier clasificación de conflicto degenera al espacio visual y social que este a su paso. Lo que marca la decadencia serian los fenómenos naturales; lo cual me lleva a pronunciar el famoso “diluvio”, este estanca y atrapa a la sociedad; es un viento que aleja la rutina del diario, que cuando finaliza deja a Macondo en un punto muerto, y en sus momentos previos a cumplir el siglo decae hasta borrar y extinguir el recuerdo de lo que ocho generaciones lograron ser. Cien años de soledad fue desde el comienzo un acuerdo de tiempo vida; el cual tiene el trágico desenlace, un final apocalíptico. En esta novela la narración va acentuando la irrealidad como algo cotidiano, esta se lee creyendo en la presencia de tales sucesos, y se remonta a la peculiaridad solitaria que acompaña la vida de todos y cada uno de los Buendía. Pasiones atrapadas en el rencor, el eterno silencio, la perpetua esencia de Melquíades, la vejez en el olvido, pergaminos en sánscrito, pescaditos de oro; todo representando el aire solitario y el carácter aislante de cada individuo. La novela es un personaje, es una visión, es una irrealidad, es un espejismo, es un sueño, es un Buendía; es la soledad. Y citando a Carlos Fuentes “Eso es Cien años de soledad: una generación y una re-generación infinita de las figuras que nos propone el autor, mago iniciático de un exorcismo sin fin.” 2 Las flores amarillas que alguna vez cayeron pasaron a formar parte de las mariposas amarillas que acompañaron el camino de Mauricio Babilonia, o el ferrocarril que trasladó a las últimas generaciones de los Buendía, y sin olvidar a la compañía bananera que dio sustento antes de que el perpetuo diluvio marcara la decadencia de Macondo. De este modo, como todo concluye, debo concluir escribiendo sobre la nostalgia que me da el haber terminado las paginas que hablan de Macondo y su mundo amarillo, de José Arcadio y Úrsula Iguarán ,”de las tristezas de Aureliano, la belleza de Remedios, las pasiones de Amaranta, el embrujo de Melquíades”3, sin mencionar las letras que hablan del circo o las paginas que relatan la peste del insomnio; pero todo se reduce a el término que le otorgó el Nóbel en 1982 a García Márquez; la perfección plasmada en la narración.

Pequeña reflexión sobre mi tarde transcurrida en Alfa; un día bonito y gris

Y empezó a llover.Comenzó la ruina y la dicha; ahí también arrancó el sonido, el ruido.Continuamente caían gotas; el tiempo y las gotas solo eran la lluvia; el ruido,el agua solo eran la ruina pese a la permamencia de la dicha, parcial e intranquila. Asi se durmieron los momentos; la precipitación se eternizó en la estancia del delirio por gota, y el tiempo transucrrió en el gris frío de una tarde árida, feliz, sin expresión reflexiba.